Sensibilización sobre el Cáncer de Mama
#OctubreRosa: Testimonio de una hija
En febrero del 2015 mi mamá llegó conmigo y mi hermana, que estábamos trabajando en la mesa del comedor, a decirnos que eso que había tenido en el pecho derecho desde hace algunos meses era lo que más habíamos temido: cáncer.
Mi respuesta inmediata fue decirle “no pasa nada, a muchísimas mujeres les da cáncer de mama y sobreviven perfectamente”. Ni siquiera me levanté de mi lugar para abrazarla. Solo le sonreí mucho e hice como si me hubiera dicho que ese día no comeríamos mi comida favorita. Estaba en negación, pero fue de los momentos en los que más fuerte y segura me sentí. De verdad creía lo que le dije, y ella también se lo creyó.
Los meses que siguieron no fueron tan sencillos como esa respuesta.
Lloramos mucho, a veces juntas y otras muchas más por separado. Estábamos enojadas, tristes, con miedo, frustradas. Es injusto. Nadie se merece eso.
En abril mi mamá ya había recibido su primera intervención quirúrgica. Como la detección fue tardía, hubo metástasis hasta la axila. Le quitaron la mama derecha y tres baterías de glándulas de la parte de abajo del brazo. Aunque la extracción fue exitosa, el procedimiento fue tremendo, tanto física como emocionalmente. Fueron muchos días en el hospital y dolores fuertísimos.
Regresamos a la casa. Los dolores seguían y había muchos procedimientos que seguir. Teníamos que hacerla de enfermeras. Yo no me sentía preparada para hacer eso, para dejar mi vida para cuidar la de mi mamá. Me emberrinché e intenté escaparme de la situación de todas las maneras posibles, pero por supuesto, siempre me alcanzó. Estaba enredada entre querer apoyar a mi mamá, ayudarla a atravesar esta pesadilla y no tener que aceptar la gravedad de la situación.
Mi mamá entendía y respetaba mi distancia, aunque le dolía.
Después llegaron los tratamientos más duros: quimioterapia y radiación. Sentía que estaban envenenando y quemando a mi mamá. Es un proceso rudísimo para la persona con la enfermedad, que realmente roba vida. Paradójicamente también es lo que permite que siga aquí.
Hizo un extraordinario trabajo ocultando los efectos secundarios, pero la caída de pelo, la pérdida de peso y el sueño fulminante, no había forma de esconderlos. Le hacíamos comida que se le antojara y desarrolló un gusto particular por el panqué que, a la fecha, no se le ha quitado. Es su favorito.
No puedo decir que mi manera de manejar el cáncer de mi mamá haya sido buena. Si pudiera volver el tiempo, lo haría todo diferente. Pero la realidad es que nadie ni nada te prepara para afrontar esa experiencia. Hay gente que se vuelve enfermera automáticamente, otras que no podemos salirnos de la casilla de la negación, otras que se sumergen en tristeza y otras pocas que saben acomodar muy bien sus emociones e ir día a día, afrontando la realidad. También pasa que podemos ser todas las anteriores, hay días buenos y días malos, tanto para la persona que atraviesa la enfermedad como para sus seres queridos.
Sin embargo, hay un elemento que –y lo han confirmado todas las personas que conozco que han pasado por esto– es necesario: la red de apoyo. Tengo la suerte de tener una hermana y un hermano extraordinarios, y estamos rodeados de una familia numerosa y muy cercana. Estuvieron al pie del cañón, siempre pendientes, derramando cariño y apoyo. Nos buscaban para que platicáramos y sacáramos nuestras frustraciones; y también para darme un jalón de orejas cuando era necesario.
El círculo de amigos también es imprescindible. Se necesita alguien que te saque de vez en cuando a despejarte, a quien le puedas decir realmente todo lo que piensas sin juzgarte. El optimismo a veces solo es una máscara. Y está bien.
Acompañar a una persona con cáncer significa que, por un lado, la relación que tienen cambia por completo, y por otro, no cambia nada: a veces te enojas, te frustras, se pelean, a veces ya no quieres verla… y lo que no te dicen es que esos sentimientos también son válidos. Es una relación complejísima en la que se enreda el miedo, la frustración, el amor y el cansancio. Se necesitan pausas y tubos de escape en donde pueda soltarse, por un momentito, toda esa presión que esa maldita enfermedad genera.
Hay muchas formas de encontrar eso: puede ser con las amistades, pero también el ejercicio, un hobby, la lectura, o quizá el cine. Cada quién descifra la mejor manera de hacerlo, pero si no se hace a voluntad, esa energía termina saliendo por los lugares más inesperados y, casi siempre, genera conflictos.
Tuve la suerte de tener mucha gente que me recibía para esos desahogos, pero sé que también existen grupos de apoyo, tanto en línea como presenciales. Lo único bueno de que el cáncer de mama sea tan común es que se han creado comunidades gigantes y poderosísimas para acompañarnos en esta crisis.
En Facebook hay muchísimos, y solo es cosa de encontrar el adecuado para cada persona. También, muchas asociaciones generan espacios para que personas con cáncer y sus familiares se reúnan y puedan compartir experiencias.
La historia del cáncer de mi mamá fue compleja, con muchas intervenciones quirúrgicas –una que no era necesaria pero el doctor hizo para alcanzar su cuota– y mucho dolor. Nos tardamos en encontrar a un médico realmente bueno, humano y honesto, pero llegó. Un día se acabó la quimio y después también la radio.
En año nuevo del 2016 festejamos que mi mamá estaba en remisión. Es una amazona invencible, llena de fortaleza y humanidad.
Sé que mi mamá es de las suertudas, pues en México la tasa de mortalidad de cáncer de mama aún es alta. Pero una de las principales causas de muerte es la detección tardía, así que hay que dejar de entrar en negación y checarnos una vez al mes, no dejar pasar las revisiones ginecológicas y no ignorar en caso de notar alguna anormalidad.
Este octubre, mes de la lucha contra el cáncer de mama, hagamos consciencia, abracemos a nuestras amigas, hermanas y mamás que están pasando por esto, y hablemos de lo que pasa. Somos muchas, y acompañadas todo es más fácil.